De Edén salía un río que
regaba el jardín,
y desde allí se repartía
en cuatro brazos.
El uno se llama Pisón:
es el que rodea todo el
país de Javilá
El oro de aquel país es
fino.
Allí se encuentra el
bedelio y el ónice.
El segundo río se llama
Guijón:
es el que rodea el país
de Kus.
El tercer río se llama
Tigris:
es el que corre al
oriente de Asur.
Y el cuarto río es el
Éufrates.
(Gén.2,10-14)
Edén
significa en hebreo deleite. Deleite
es vivir en Dios, en la Presencia de Dios. Es de la Presencia de Dios
de donde emana el agua de la Vida:
De Edén
salía un río que regaba el jardín.
Es desde la
gloria de Dios, desde la Presencia de Dios, de donde llegaba hasta
nosotros el agua de la Vida, porque nosotros habíamos sido colocados
en el jardín de Edén.
Este “lugar”, este estado espiritual, es en el que estábamos
nosotros, siendo seres puramente espirituales.
El río,
el agua, es signo de vida. Para entender qué se nos quiere decir con
el río que regaba
el jardín, fijémonos en que aquí sin el agua no habría
vida. Y en nosotros espiritualmente, que somos “tierra” para ser
regada, es signo de Vida.
(Los términos
hebreos Adam que significa hombre y adama que significa
tierra, están relacionados).
Nosotros en
aquel principio, y hoy como humanidad, hemos de ser regados por el
agua de la Vida que viene de Dios.
En el
jardín de Edén
teníamos la Vida, aunque habríamos de ir creciendo hacia la plenitud
en Dios.
Los cuatro brazos
o los cuatro ríos que nacen del
río del jardín de Edén, son cuatro direcciones distintas o cuatro
caminos que podíamos seguir desde el jardín de Edén. Indican
otra vez la libertad.
La libertad en la que Dios nos creó. No
nos retenía en el
jardín de Edén, sino que podíamos elegir el camino
para ser más en Él, o los caminos que nos harían descender. Podíamos
llegar a estar más cerca de Dios o alejarnos de Él. Esos cuatro ríos
conducen desde el jardín de Edén a otros
países o
estados espirituales:
*El uno se llama Pisón: es
el que rodea todo el país de Javilá donde hay oro. El oro de aquel
país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice.
El primer río, Pisón,
habla de una Vida
superior a la que vivíamos en el jardín de Edén, una Vida en unidad en
Dios, a la que podíamos haber ascendido si no hubiésemos desobedecido
la advertencia de Dios. De
este río se dice:
Es el que
rodea el país de Javilá donde hay oro fino.
El oro,
se nos da a conocer en las Escrituras como símbolo de pureza: "Yo os
purificaré como se purifica el oro o la plata" (Zac.13,9).
También habla del esplendor de la gloria de Dios, pues en la "Ciudad
Santa de Jerusalén", en la gloria final, ya definitivamente en unidad
con el Padre, se dice que "la muralla y la avenida
de la ciudad son de
oro puro” (Ap.21,18-21). Es la plenitud de la gloria que
disfrutaremos al final los salvados, por gracia de Dios.
Ahí, en el
país de Javilá se dice
sólo que hay oro fino. No es la plenitud, sino que es una
Vida muy valiosa. Allí sigue el crecimiento hasta la plenitud en Dios.
El ónice y el bedelio, que se nombran en
el país de Javilá,
son piedras semipreciosas; no es la Vida en plenitud, como se
describe de la Ciudad
Santa de Jerusalén, de la que se dice que es como el resplandor de una
piedra muy preciosa, y toda la Ciudad está construida con gran
variedad de ellas (Ap.21,10-11). En este
país de Javilá
hay una Vida superior a la del
jardín de Edén (a la que podíamos haber llegado) pero no tiene
la plenitud de la Vida, que es la meta final.
El
país de Javilá,
está todo rodeado por el
río, como los brazos de Dios Padre alrededor de él en un
abrazo. Un estado de descanso absoluto en los brazos de Dios Padre.
Son los que habiendo crecido
en el jardín de Edén ascienden a un estado más cercano
a la plenitud de la gloria de Dios, ya sin ningún peligro, pues su
decisión fue vivir sólo en Dios y no oír ninguna otra voz.
De todos los seres que Dios puso en el jardín de
Edén, no todos pecaron, y son los que están simbolizados en
el país de Javilá; los que pecamos descendimos a este estado que
es la humanidad, de la que podemos ser rescatados si aceptamos a
Cristo, nuestro Salvador.
Nuestro estado
actual está comprendido en los otros tres países, el país de
Kus, el país de Asur
y el otro país al que no se le da nombre porque está fuera de
la tierra prometida. Los tres reflejan una vida inferior a la del
primer país
de Javilá; ya
se refieren a nuestro estado actual al que descendimos porque perdimos
voluntariamente lo que Dios había establecido para nosotros: lo que
era la Vida desde el
jardín de Edén.
El
segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus.
Este segundo río que rodea el país de Kus,
nos hace ver que hay fertilidad en él,
pues está rodeado de agua como el
país de Javilá;
pero no tiene la riqueza espiritual del
país de Javilá
ya que en él no hay oro
ni piedras semipreciosas.
El río
que rodea el país de Kus, representa ahora aquí, los brazos de Cristo sosteniéndonos
alrededor como en un abrazo, para salvarnos de la Muerte. Dentro de
este abrazo están todos los que buscan a Dios, el pueblo que vive en
Cristo. Este país
simboliza al pueblo de Dios, a aquéllos que habiendo pecado en el
jardín de Edén se acogen a la Redención, el pueblo elegido.
De este país
de Kus
profetiza Isaías como tierra surcada de ríos, nación vigorosa y
dominadora, a la que han de escuchar todos, sobre la que Dios derrama
su Luz ardiente, y que da frutos; pero en la que Él cortará los
pámpanos viciosos. “Pueblo esbelto y de brillante piel”, que en el
monte Sión se presenta como ofrenda a Dios (Is.18,1-7). Es la parábola
de la vid de la que Jesús dice también que cortará los pámpanos que no
dan fruto (Jn.15). Unos dan fruto y otros no. Unos se salvarán y otros
no.
Los que viven
en Cristo, son los que viven en el Amor y la Verdad, porque en ello
consiste la verdadera Vida. No se limita a los que conocen la doctrina
cristiana ni la revelación, que aún conociéndola muchos no la viven ni
se salvan, sino que comprende también a todos los que aunque no hayan
oído hablar de Cristo, viven en autenticidad la amistad con Dios,
buscando siempre la Verdad y viviendo en el Amor a Dios que está por
encima de todo.
Jesús dijo:
“Yo soy el Camino la Verdad y la Vida” (Jn.14,6). Y el Camino es el
Amor (Jn.3,16).
Todo el que
viva así está rodeado por los brazos de Cristo, conforme se nos revela
en este segundo río. Sin embargo todos los que tenemos la gracia de
conocer la revelación de Jesucristo, tenemos más claro y cercano el
Camino. Está escrito que todos habrán de reconocer la revelación,
“hasta los confines de la tierra” (Hc.1,8). El Señor Jesucristo
nuestro Salvador, vino a salvar a la humanidad, a todo el que quiera
salvarse. Y esto es lo que significa el tercer río, el
Tigris.
El tercer
río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur.
El tercer río,
el Tigris, geográficamente está fuera de los límites de la tierra
prometida hecha por Dios a Abrahán, como veremos después al hablar del
cuarto río. Este país
de Asur
representa a los que aquí
no se han acogido a la Redención; los que no buscan a Dios, los que no
viven en Cristo (la Verdad y la
Vida en el Amor). Están en esa tierra seca y han de moverse para ir al
río, al agua de la Vida, a buscar el agua que los limpie.
El agua ya no
rodea este país
como los otros dos países eran rodeados, sino que el Tigris corre
al oriente de Asur. Al oriente,
en la misma dirección que el jardín de Edén, una dirección
hacia Dios. Es también la dirección por la que Dios ha hecho que nos
llegue la luz del día.
Así se manifiesta la Verdad para nuestras almas de
que cuando buscamos a Dios, es como ir por el agua que nos purifica.
Y todos pueden recibirla porque es gratis, y todos pueden
buscar el agua de la Vida desde cualquier lugar, más cercano o más
lejano de esa tierra seca; porque el agua da la Vida fértil que habrá
de llevar a la plenitud, a la unidad en Dios.
Todos, de cualquier nación,
raza, pueblo o lengua (Ap.7,9).
Un ejemplo que puede ser incluido entre aquéllos a los que
representa este país de Asur, es el pueblo de los recabitas al que
Dios manifiesta su agrado, por su obediencia; aunque no eran el pueblo
elegido, cumpliendo los
mandatos de su guía, trataban de obedecer a Dios, a pesar de que no
conocían la revelación de Dios dada a Moisés (Jer.35,1-19).
Del país de Asur
al que riega este tercer río,
profetiza Isaías que será quebrantado, que Dios apartará todo yugo de
sobre ellos porque extiende su mano sobre ese pueblo y que nadie puede
en contra, cuando Dios mismo lo hace (Is.14,24-27). Y también
profetiza que habrá un camino real para el resto de su pueblo que haya
sobrevivido de Asur, como lo hubo para Israel (símbolo del
pueblo elegido) cuando subió del país de Egipto (Is.12,16). Éstos son
los que buscan a Dios y quedan perdonados y limpios por el agua que da
la Vida.
Pero muchos rechazan a Dios, no buscan la Verdad, y
son los que están representados al otro lado del cuarto río:
Y el
cuarto río es el Éufrates.
Ya no se dice de este
río
el país que
riega, como se dice de los otros tres.
Pero la Palabra dice: “Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo”
(Rom.9,25). Nadie está definitivamente excluido, sino que aún todo el
que se arrepienta puede volverse a Dios.
Este río simboliza la línea de separación o el
límite, del estado en el que se encuentran todos aquéllos que “no
están inscritos en el libro de la Vida desde la creación del mundo”
(Ap. 13,8). Ahí no hay “tierra” que regar. La tierra que puede ser
regada es la de todos aquéllos que buscan a Dios y pueden oír la
Palabra y salvarse.
Allí, de ese estado ya no se dice que en él
haya agua, como se dice de los otros tres países. Es tierra baldía. Es
éste el estado de los que han elegido libremente el camino de la
condenación.
El Éufrates, según la alianza que Dios hizo
con Abraham (Gén.15,18), está como límite de la tierra
prometida que comprende desde el río Nilo hasta este río Éufrates.
Sin embargo, la salvación no está limitada a los que
residan en un determinado territorio geográfico,
sino que se trata de ser o no ser en Dios, ser “la tierra” nueva que
dispuso para nosotros.
Indica El
Éufrates la purificación por la que pueden pasar todos
los más alejados. Por este río pueden entrar aún ésos en la promesa de
la redención, en la tierra prometida, porque Dios quiere salvar a toda
la humanidad. Pero el que no se purifique no tiene entrada en la
promesa, en la redención, en la salvación.
Ellos pueden salir de su tierra seca, sumergirse en
el río y dejar en él todas sus abominaciones, sus idolatrías,
su incredulidad, sus basuras… para alcanzar la tierra prometida.
El Éufrates es simbólicamente el límite de separación entre la
condenación y la entrada en el Camino de salvación. Sin entrar en el
río no hay salvación.
Varias veces que se nombra este río en la Biblia,
simboliza lo mismo. El río Éufrates lo nombra el profeta
Jeremías cuando por
mandato de Dios, echa en el río el libro en el que estaban escritas
todas las abominaciones de Babilonia (ejemplo de la mayor corrupción)
para que todos puedan entender que los mayores pecados se pueden lavar
y quedar limpios. Así que añade que todos serán redimidos. Serán
redimidos todos los que se purifiquen, echando en el agua todas sus
impurezas, todo su pasado (Jer. 51,63).
Y al mismo profeta, le había dicho Dios,
que llevara un cinto nuevo y que lo escondiera en un resquicio de una
peña en el río Éufrates. Al cabo de mucho tiempo, le vuelve a
decir que lo sacara de allí. Comprobó que el cinto estaba podrido y
que no servía para nada. El Señor le hizo ver que así pasa con el
pueblo idólatra, terco de corazón, que no escucha su Palabra
(Jer.13,1-11). No basta con conocerla, con estar cerca, sino
purificarse, sumergirse en ella, en la Vida en Dios, hacerla realidad
cada uno en su vida. La misericordia de Dios espera hasta el último
momento.
Ese estado al otro lado del río Éufrates,
del que pueden aún salir los más alejados de Dios, los que están en
condenación, también se menciona en el Apocalipsis, cuando se muestra
en la visión del apóstol Juan, el paso de los condenados a través del
gran río Éufrates. Será éste el
momento final del “año de gracia” en el que se derrame la sexta
plaga.
Así se explicó en el libro “La Verdad
del Apocalipsis”. “Ésos son: Los que no sólo se habían entregado al
mal, sino que habían trabajado activamente para el mal; los que
libremente habían pactado y entregado sus vidas al reino de las
tinieblas, y lucharon por ganar adeptos a su causa… Son los reyes del
mal, del mundo demoníaco con sus sistemas y malas artes”.
Está escrito que este río se secará y “dejará paso a
los reyes de oriente”. Ellos procedían igual que toda la humanidad del
jardín de Edén, al oriente. Y a todos se nos ha dado la gracia porque
Dios nos hizo un pueblo de sacerdotes reyes y profetas (1Pe. 2,9).
Pero ellos rechazaron la gracia y quedarán al descubierto todos sus
pecados (Ap.16,12).
Todos ésos aún hoy pueden volverse a la salvación,
sumergir sus basuras en el río; porque ante la corrupción y
perversidad manifestada en el mundo, Dios para prevenirnos por última
vez ante la proximidad de los momentos finales (y como último aviso)
multiplica su ayuda para rescatarnos. Es el
en que son desatados “los cuatro ángeles que estaban atados
junto al gran río Éufrates”, y un gran ejército de profetas
anuncia para que esta humanidad se vuelva a Dios (Ap.9,14).
El ángel de la sexta trompeta que hoy está sonando,
“ruge como un león” avisando que ya no habrá dilación, que cuando
suene la séptima trompeta ya nadie podrá arrepentirse (Ap.10,2-7). Es
una llamada para cada uno, porque del
final nadie sabe ni el día ni la hora (Mt.24,36).
Pero sí se vislumbra, pues hoy ya estamos viendo signos que Jesús
había profetizado para el final de los tiempos.
El significado de estos cuatro ríos y países no se
refiere a una delimitación de espacios, tiempos o personas, sino que
cada uno puede estar en uno u otro estado, porque hasta los que están
más allá del Éufrates, fuera de la tierra prometida, o los que estén
en el país de Asur, aún pueden buscar la salvación y estar rodeados
por “los brazos de Cristo”
(simbólicamente el país de Kus).
Y también pueden “retroceder” los que habiendo
conocido a Cristo se alejen de Él y desciendan a la sequedad y al
destierro, fuera de la tierra prometida.
Todos tenemos hoy la gracia de ser salvados por la
redención de Jesucristo, nuestro Redentor, que limpia todo en nosotros
y nos viste de blancas vestiduras (Ap.7,14). Él es la Palabra que se
hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn.1,14).
El estado de los que están simbolizados al otro lado
del Éufrates, fuera de la tierra prometida, es un estado concedido por
Dios que tampoco los abandonó dejándolos caer al abismo, sino que
espera paciente la conversión de todos.
Éste es el sentido de esta revelación de
los cuatro ríos que salen del jardín de Edén. Habíamos perdido la Vida
que disfrutábamos, pero aún hoy podemos estar, aunque con lucha, en un
estado de crecimiento para llegar en los brazos de Cristo a la unidad
en Dios, a la Ciudad Santa, a la gloria eterna, que Dios tiene
preparada para todos los que lo aman (1Cor.2,9).
Tomó pues, Yahveh Dios al hombre
y lo dejó en el jardín de Edén,
para que lo labrase y lo cuidase.
Y Dios impuso al hombre este mandamiento:
“De cualquier árbol del jardín puedes comer
mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal
no comerás,
porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio”.
(Gén. 2,15-17)
Para entender mejor el
significado del jardín de
Edén en donde Dios
dejó al hombre,
vamos a comparar la gloria del
jardín de Edén,
con la que se describe en el Apocalipsis de la “Ciudad Santa de
Jerusalén”.
Si
nos fijamos, en el jardín de Edén, hay un río y “árboles deleitosos a la
vista y buenos para comer”.
Son signos semejantes a los que se nos describe en el
Apocalipsis, que nos dice que hay un río y árboles: “El río del agua
de la Vida, transparente como el cristal y a uno y a otro lado del
río, árboles de la Vida, que dan frutos doce veces al año, una cada
mes” (Ap.22,1-2). Es la gloria que disfrutaremos todos los salvados,
después de este peregrinaje en el vamos de regreso hacia Dios Padre.
Hay una diferencia. Allí, en la gloria
final que nos espera, los frutos se dan solos por multiplicación y
durante todo el año, doce veces al año. En cambio en
el jardín de Edén se dice que habría de
labrarse y cuidarse. Aún no estábamos en la plenitud de
Vida, sino en un estado de crecimiento. Habríamos de estar cuidando de
todo lo que Dios nos había dado.
Se dice que lo colocó en
el jardín de Edén
para que lo labrase y
cuidase. Dios estaba cuidando, enseñándonos, guiándonos
para crecer más hacia Él.
Y lo mismo que aquí hemos de cuidar cuanto
Dios ha puesto en nosotros (el Amor, la paz, la bondad y todos los
bienes, todos los dones que Dios da especialmente a cada uno) y con
ellos hemos de trabajar para crecer y acercarnos más a Dios, lo mismo
allí en el jardín de Edén
habríamos de cuidar y
trabajar para crecer espiritualmente y alcanzar la
madurez, la plenitud, que Dios había preparado para nosotros.
La diferencia está en que
aquí en este estado de humanidad, hemos de luchar para salir de las
tinieblas en las que caímos por no haber obedecido a Dios que nos
había advertido del peligro, y en
el jardín de Edén
no había lucha sino crecimiento. Sólo habríamos de obedecer el
mandamiento de Dios, que para que no nos separáramos de Él, para
prevenirnos, ayudarnos y que el demonio no nos engañara, nos advirtió
dándonos un mandamiento:
Y Dios impuso al hombre
este mandamiento:
Dios estaba recreándose
en esta obra preciosa de aquellos seres libres salidos de su infinito
Amor; cuidando con su exquisita ternura que la voluntad que nos
concedió no los apartara de Él; cuidando de que no hiciéramos mal uso
de la libertad. Y así nos dijo:
“De
cualquier árbol del jardín puedes comer”.
La
Biblia nos dice que comer es compartir, compenetrarse con el otro.
Jesús dice: "Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él, y
cenaré con él, y él conmigo” (Ap,3,20). “El que me come vivirá por mí”
(Jn.6,57). Y son numerosas las veces que encontramos la palabra comer
con este mismo significado. Dios sabe lo que es bueno y lo que es malo
para nosotros, y por esto nos dijo:
“Mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás”.
Cada uno de
nosotros podía comer de todo lo bueno, de todo lo deleitoso que Dios
nos había dado, alimentándonos así para crecer en Él; pero no era
bueno comer del árbol de
la ciencia del bien y del mal. La advertencia es bien
clara:
“El día
que comieres de él, morirás sin remedio”.
Había algo que no deberíamos admitir en nosotros, no deberíamos comer de
ello, simbolizado en el árbol de la ciencia del bien y del mal.
Esta advertencia, como de un Padre a sus hijos, nos hace ver otra vez
que en aquel estado en el jardín de Edén estábamos en un proceso para
alcanzar la madurez.
Dios nos
advirtió, y nos sigue hoy advirtiendo como Padre bueno, de que unos se
salvarán y otros se condenarán. Nosotros hemos de decidir. Su Amor por
nosotros y su providencia son sin límite: “Les di mis mandamientos y
les di a conocer mis leyes, las que debe el hombre practicar para
vivir” (Ez.20,11).
También hoy
para que no nos dejemos engañar por el demonio que nos lleva a
entregarnos a la perversidad, a lo que el mundo y los placeres nos
brindan, nos da un mandamiento, una advertencia: "Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo” (Jn. 15,12).
Y
Jesús, para que seamos libres y no nos enfrentemos en contiendas entre
hermanos, nos vuelve a recordar: “Amaos unos a otros como yo os he
amado” (Mc.12,30).
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