El Libro del Génesis Rebelado


Presentación del Libro
Creación Hombre Espiritual
El Hombre Terrenal

Día Primero
Día Segundo
Día Tercero
Día Cuarto

 

Día Quinto
Día Sexto
Día Séptimo

Texto Bíblico
Contraportada


Creación Hombre Espiritual
Edém Hasta la Humanidad
Dios Rechaza la Maldad
Consecuencias del Pecado
El Hombre Terrenal
C. Para el Hombre Caído
El Hombre Terrenal Relatos
El Reencuentro con Dios


      
   


 

 

De Edén salía un río que regaba el jardín,

y desde allí se repartía en cuatro brazos.

 

El uno se llama Pisón:

es el que rodea todo el país de Javilá

El oro de aquel país es fino.

Allí se encuentra el bedelio y el ónice.

 

El segundo río se llama Guijón:

es el que rodea el país de Kus.

 

El tercer río se llama Tigris:

es el que corre al oriente de Asur.

 

Y el cuarto río es el Éufrates.

(Gén.2,10-14)

 

 

 

Edén significa en hebreo deleite. Deleite es vivir en Dios, en la Presencia de Dios. Es de la Presencia de Dios de donde emana el agua de la Vida:

De Edén salía un río que regaba el jardín.

Es desde la gloria de Dios, desde la Presencia de Dios, de donde llegaba hasta nosotros el agua de la Vida, porque nosotros habíamos sido colocados en el jardín de Edén. Este “lugar”, este estado espiritual, es en el que estábamos nosotros, siendo seres puramente espirituales.

El río, el agua, es signo de vida. Para entender qué se nos quiere decir con el río que regaba el jardín, fijémonos en que aquí sin el agua no habría vida. Y en nosotros espiritualmente, que somos “tierra” para ser regada, es signo de Vida.

(Los términos hebreos Adam que significa hombre y adama que significa tierra, están relacionados).

Nosotros en aquel principio, y hoy como humanidad, hemos de ser regados por el agua de la Vida que viene de Dios.

En el jardín de Edén teníamos la Vida, aunque habríamos de ir creciendo hacia la plenitud en Dios.

Los cuatro brazos o los cuatro ríos que nacen del río del jardín de Edén, son cuatro direcciones distintas o cuatro caminos que podíamos seguir desde el jardín de Edén. Indican otra vez la libertad. La libertad en la que Dios nos creó. No nos retenía en el jardín de Edén, sino que podíamos elegir el camino para ser más en Él, o los caminos que nos harían descender. Podíamos llegar a estar más cerca de Dios o alejarnos de Él. Esos cuatro ríos conducen desde el jardín de Edén a otros países o estados espirituales:

*El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice.

El primer río, Pisón, habla de una Vida superior a la que vivíamos en el jardín de Edén, una Vida en unidad en Dios, a la que podíamos haber ascendido si no hubiésemos desobedecido la advertencia de Dios. De este  río se dice:

 

Es el que rodea el país de Javilá donde hay oro fino.

El oro, se nos da a conocer en las Escrituras como símbolo de pureza: "Yo os purificaré como se purifica el oro o la plata" (Zac.13,9). También habla del esplendor de la gloria de Dios, pues en la "Ciudad Santa de Jerusalén", en la gloria final, ya definitivamente en unidad con el Padre, se dice que "la muralla y la avenida  de la ciudad son de oro puro” (Ap.21,18-21). Es la plenitud de la gloria que disfrutaremos al final los salvados, por gracia de Dios.

Ahí, en el país de Javilá se dice sólo que hay oro fino. No es la plenitud, sino que es una Vida muy valiosa. Allí sigue el crecimiento hasta la plenitud en Dios.

El ónice y el bedelio, que se nombran en el país de Javilá, son piedras semipreciosas; no es la Vida en plenitud, como se describe de  la Ciudad Santa de Jerusalén, de la que se dice que es como el resplandor de una piedra muy preciosa, y toda la Ciudad está construida con gran variedad de ellas (Ap.21,10-11). En este país de Javilá hay una Vida superior a la del jardín de Edén (a la que podíamos haber llegado) pero no tiene la plenitud de la Vida, que es la meta final.

El país de Javilá, está todo rodeado por el río, como los brazos de Dios Padre alrededor de él en un abrazo. Un estado de descanso absoluto en los brazos de Dios Padre. Son los que habiendo crecido en el jardín de Edén ascienden a un estado más cercano a la plenitud de la gloria de Dios, ya sin ningún peligro, pues su decisión fue vivir sólo en Dios y no oír ninguna otra voz.

De todos los seres que Dios puso en el jardín de Edén, no todos pecaron, y son los que están simbolizados en el país de Javilá; los que pecamos descendimos a este estado que es la humanidad, de la que podemos ser rescatados si aceptamos a Cristo, nuestro Salvador.

Nuestro estado actual está comprendido en los otros tres países, el país de Kus, el país de Asur y el otro país al que no se le da nombre porque está fuera de la tierra prometida. Los tres reflejan una vida inferior a la del primer país de Javilá; ya se refieren a nuestro estado actual al que descendimos porque perdimos voluntariamente lo que Dios había establecido para nosotros: lo que era la Vida desde el jardín de Edén.

El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus.

Este segundo río que rodea el país de Kus, nos hace ver que hay fertilidad en él, pues está rodeado de agua como el país de Javilá; pero no tiene la riqueza espiritual del país de Javilá ya que en él no hay oro ni piedras semipreciosas.

El río que rodea el país de Kus, representa ahora aquí, los brazos de Cristo sosteniéndonos alrededor como en un abrazo, para salvarnos de la Muerte. Dentro de este abrazo están todos los que buscan a Dios, el pueblo que vive en Cristo. Este país simboliza al pueblo de Dios, a aquéllos que habiendo pecado en el jardín de Edén se acogen a la Redención, el pueblo elegido.

De este país de Kus profetiza Isaías como tierra surcada de ríos, nación vigorosa y dominadora, a la que han de escuchar todos, sobre la que Dios derrama su Luz ardiente, y que da frutos; pero en la que Él cortará los pámpanos viciosos. “Pueblo esbelto y de brillante piel”, que en el monte Sión se presenta como ofrenda a Dios (Is.18,1-7). Es la parábola de la vid de la que Jesús dice también que cortará los pámpanos que no dan fruto (Jn.15). Unos dan fruto y otros no. Unos se salvarán y otros no.

Los que viven en Cristo, son los que viven en el Amor y la Verdad, porque en ello consiste la verdadera Vida. No se limita a los que conocen la doctrina cristiana ni la revelación, que aún conociéndola muchos no la viven ni se salvan, sino que comprende también a todos los que aunque no hayan oído hablar de Cristo, viven en autenticidad la amistad con Dios, buscando siempre la Verdad y viviendo en el Amor a Dios que está por encima de todo.

Jesús dijo: “Yo soy el Camino la Verdad y la Vida” (Jn.14,6). Y el Camino es el Amor (Jn.3,16).

Todo el que viva así está rodeado por los brazos de Cristo, conforme se nos revela en este segundo río. Sin embargo todos los que tenemos la gracia de conocer la revelación de Jesucristo, tenemos más claro y cercano el Camino. Está escrito que todos habrán de reconocer la revelación, “hasta los confines de la tierra” (Hc.1,8). El Señor Jesucristo nuestro Salvador, vino a salvar a la humanidad, a todo el que quiera salvarse. Y esto es lo que significa el tercer río, el Tigris.

El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur.

El tercer río, el Tigris, geográficamente está fuera de los límites de la tierra prometida hecha por Dios a Abrahán, como veremos después al hablar del cuarto río. Este país de Asur representa a  los que aquí no se han acogido a la Redención; los que no buscan a Dios, los que no viven en  Cristo (la Verdad y la Vida en el Amor). Están en esa tierra seca y han de moverse para ir al río, al agua de la Vida, a buscar el agua que los limpie.

El agua ya no rodea este país como los otros dos países eran rodeados, sino que el Tigris corre al oriente de Asur. Al oriente, en la misma dirección que el jardín de Edén, una dirección hacia Dios. Es también la dirección por la que Dios ha hecho que nos llegue la luz del día.

Así se manifiesta la Verdad para nuestras almas de que cuando buscamos a Dios, es como ir por el agua que nos purifica.  Y todos pueden recibirla porque es gratis, y todos pueden buscar el agua de la Vida desde cualquier lugar, más cercano o más lejano de esa tierra seca; porque el agua da la Vida fértil que habrá de llevar a la plenitud, a la unidad en Dios.

Todos, de cualquier nación,  raza, pueblo o lengua (Ap.7,9).  Un ejemplo que puede ser incluido entre aquéllos a los que representa este país de Asur, es el pueblo de los recabitas al que Dios manifiesta su agrado, por su obediencia; aunque no eran el pueblo elegido, cumpliendo  los mandatos de su guía, trataban de obedecer a Dios, a pesar de que no conocían la revelación de Dios dada a Moisés (Jer.35,1-19).

Del país de Asur  al que riega este tercer río, profetiza Isaías que será quebrantado, que Dios apartará todo yugo de sobre ellos porque extiende su mano sobre ese pueblo y que nadie puede en contra, cuando Dios mismo lo hace (Is.14,24-27). Y también profetiza que habrá un camino real para el resto de su pueblo que haya sobrevivido de Asur, como lo hubo para Israel (símbolo del pueblo elegido) cuando subió del país de Egipto (Is.12,16). Éstos son los que buscan a Dios y quedan perdonados y limpios por el agua que da la Vida.

Pero muchos rechazan a Dios, no buscan la Verdad, y son los que están representados al otro lado del cuarto río:

Y el cuarto río es el Éufrates.

Ya no se dice de este río el país que riega, como se dice de los otros tres. Pero la Palabra dice: “Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo” (Rom.9,25). Nadie está definitivamente excluido, sino que aún todo el que se arrepienta puede volverse a Dios.

Este río simboliza la línea de separación o el límite, del estado en el que se encuentran todos aquéllos que “no están inscritos en el libro de la Vida desde la creación del mundo” (Ap. 13,8). Ahí no hay “tierra” que regar. La tierra que puede ser regada es la de todos aquéllos que buscan a Dios y pueden oír la Palabra y salvarse.

Allí, de ese estado ya no se dice que en él haya agua, como se dice de los otros tres países. Es tierra baldía. Es éste el estado de los que han elegido libremente el camino de la condenación.

El Éufrates, según la alianza que Dios hizo con Abraham (Gén.15,18), está como límite de la tierra prometida que comprende desde el río Nilo hasta este río Éufrates.

Sin embargo, la salvación no está limitada a los que residan en un determinado territorio  geográfico, sino que se trata de ser o no ser en Dios, ser “la tierra” nueva que dispuso para nosotros.

Indica El Éufrates la purificación por la que pueden pasar todos los más alejados. Por este río pueden entrar aún ésos en la promesa de la redención, en la tierra prometida, porque Dios quiere salvar a toda la humanidad. Pero el que no se purifique no tiene entrada en la promesa, en la redención, en la salvación.

Ellos pueden salir de su tierra seca, sumergirse en el río y dejar en él todas sus abominaciones, sus idolatrías, su incredulidad, sus basuras… para alcanzar la tierra prometida. El Éufrates es simbólicamente el límite de separación entre la condenación y la entrada en el Camino de salvación. Sin entrar en el río no hay salvación.

Varias veces que se nombra este río en la Biblia, simboliza lo mismo. El río Éufrates lo nombra el profeta Jeremías cuando  por mandato de Dios, echa en el río el libro en el que estaban escritas todas las abominaciones de Babilonia (ejemplo de la mayor corrupción) para que todos puedan entender que los mayores pecados se pueden lavar y quedar limpios. Así que añade que todos serán redimidos. Serán redimidos todos los que se purifiquen, echando en el agua todas sus impurezas, todo su pasado (Jer. 51,63).

Y al mismo profeta, le había dicho Dios, que llevara un cinto nuevo y que lo escondiera en un resquicio de una peña en el río Éufrates. Al cabo de mucho tiempo, le vuelve a decir que lo sacara de allí. Comprobó que el cinto estaba podrido y que no servía para nada. El Señor le hizo ver que así pasa con el pueblo idólatra, terco de corazón, que no escucha su Palabra (Jer.13,1-11). No basta con conocerla, con estar cerca, sino purificarse, sumergirse en ella, en la Vida en Dios, hacerla realidad cada uno en su vida. La misericordia de Dios espera hasta el último momento.

Ese estado al otro lado del río Éufrates, del que pueden aún salir los más alejados de Dios, los que están en condenación, también se menciona en el Apocalipsis, cuando se muestra en la visión del apóstol Juan, el paso de los condenados a través del gran río Éufrates. Será éste el  momento final del “año de gracia” en el que se derrame la sexta plaga.

Así se explicó en el libro “La Verdad del Apocalipsis”. “Ésos son: Los que no sólo se habían entregado al mal, sino que habían trabajado activamente para el mal; los que libremente habían pactado y entregado sus vidas al reino de las tinieblas, y lucharon por ganar adeptos a su causa… Son los reyes del mal, del mundo demoníaco con sus sistemas y malas artes”.

Está escrito que este río se secará y “dejará paso a los reyes de oriente”. Ellos procedían igual que toda la humanidad del jardín de Edén, al oriente. Y a todos se nos ha dado la gracia porque Dios nos hizo un pueblo de sacerdotes reyes y profetas (1Pe. 2,9). Pero ellos rechazaron la gracia y quedarán al descubierto todos sus pecados (Ap.16,12).

Todos ésos aún hoy pueden volverse a la salvación, sumergir sus basuras en el río; porque ante la corrupción y perversidad manifestada en el mundo, Dios para prevenirnos por última vez ante la proximidad de los momentos finales (y como último aviso) multiplica su ayuda para rescatarnos. Es el  en que son desatados “los cuatro ángeles que estaban atados junto al gran río Éufrates”, y un gran ejército de profetas anuncia para que esta humanidad se vuelva a Dios (Ap.9,14).

El ángel de la sexta trompeta que hoy está sonando, “ruge como un león” avisando que ya no habrá dilación, que cuando suene la séptima trompeta ya nadie podrá arrepentirse (Ap.10,2-7). Es una llamada para cada uno, porque del  final nadie sabe ni el día ni la hora (Mt.24,36). Pero sí se vislumbra, pues hoy ya estamos viendo signos que Jesús había profetizado para el final de los tiempos. 

El significado de estos cuatro ríos y países no se refiere a una delimitación de espacios, tiempos o personas, sino que cada uno puede estar en uno u otro estado, porque hasta los que están más allá del Éufrates, fuera de la tierra prometida, o los que estén en el país de Asur, aún pueden buscar la salvación y estar rodeados por  “los brazos de Cristo” (simbólicamente el país de Kus).

Y también pueden “retroceder” los que habiendo conocido a Cristo se alejen de Él y desciendan a la sequedad y al destierro, fuera de la tierra prometida.

Todos tenemos hoy la gracia de ser salvados por la redención de Jesucristo, nuestro Redentor, que limpia todo en nosotros y nos viste de blancas vestiduras (Ap.7,14). Él es la Palabra que se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn.1,14).

El estado de los que están simbolizados al otro lado del Éufrates, fuera de la tierra prometida, es un estado concedido por Dios que tampoco los abandonó dejándolos caer al abismo, sino que espera paciente la conversión de todos.

Éste es el sentido de esta revelación de los cuatro ríos que salen del jardín de Edén. Habíamos perdido la Vida que disfrutábamos, pero aún hoy podemos estar, aunque con lucha, en un estado de crecimiento para llegar en los brazos de Cristo a la unidad en Dios, a la Ciudad Santa, a la gloria eterna, que Dios tiene preparada para todos los que lo aman (1Cor.2,9).

 

 

Tomó pues, Yahveh Dios al hombre

y lo dejó en el jardín de Edén,

para que lo labrase y lo cuidase.

Y Dios impuso al hombre este mandamiento:

“De cualquier árbol del jardín puedes comer

mas del árbol de la  ciencia del bien y del mal

no comerás,

porque el día que comieres de él,

morirás sin remedio”.

(Gén. 2,15-17)

 

Para entender mejor el significado del jardín de Edén en donde Dios dejó al hombre, vamos a comparar la gloria del jardín de Edén, con la que se describe en el Apocalipsis de la “Ciudad Santa de Jerusalén”.

 Si nos fijamos, en el jardín de Edén, hay un río y “árboles deleitosos a la vista y buenos para comer”. Son signos semejantes a los que se nos describe en el Apocalipsis, que nos dice que hay un río y árboles: “El río del agua de la Vida, transparente como el cristal y a uno y a otro lado del río, árboles de la Vida, que dan frutos doce veces al año, una cada mes” (Ap.22,1-2). Es la gloria que disfrutaremos todos los salvados, después de este peregrinaje en el vamos de regreso hacia Dios Padre.  

Hay una diferencia. Allí, en la gloria final que nos espera, los frutos se dan solos por multiplicación y durante todo el año, doce veces al año. En cambio en el jardín de Edén se dice que habría de labrarse y cuidarse. Aún no estábamos en la plenitud de Vida, sino en un estado de crecimiento. Habríamos de estar cuidando de todo lo que Dios nos había dado.

Se dice que lo colocó en el jardín de Edén para que lo labrase y cuidase. Dios estaba cuidando, enseñándonos, guiándonos  para crecer más hacia Él. Y lo mismo que aquí hemos de cuidar cuanto Dios ha puesto en nosotros (el Amor, la paz, la bondad y todos los bienes, todos los dones que Dios da especialmente a cada uno) y con ellos hemos de trabajar para crecer y acercarnos más a Dios, lo mismo allí en el jardín de Edén habríamos de cuidar y trabajar para crecer espiritualmente y alcanzar la madurez, la plenitud, que Dios había preparado para nosotros.

La diferencia está en que aquí en este estado de humanidad, hemos de luchar para salir de las tinieblas en las que caímos por no haber obedecido a Dios que nos había advertido del peligro, y en el jardín de Edén no había lucha sino crecimiento. Sólo habríamos de obedecer el mandamiento de Dios, que para que no nos separáramos de Él, para prevenirnos, ayudarnos y que el demonio no nos engañara, nos advirtió dándonos un mandamiento:

Y Dios impuso al hombre este mandamiento:

Dios estaba recreándose en esta obra preciosa de aquellos seres libres salidos de su infinito Amor; cuidando con su exquisita ternura que la voluntad que nos concedió no los apartara de Él; cuidando de que no hiciéramos mal uso de la libertad. Y así nos dijo: 

 “De cualquier árbol del jardín puedes comer”.

La Biblia nos dice que comer es compartir, compenetrarse con el otro. Jesús dice: "Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap,3,20). “El que me come vivirá por mí” (Jn.6,57). Y son numerosas las veces que encontramos la palabra comer con este mismo significado. Dios sabe lo que es bueno y lo que es malo para nosotros, y por esto nos dijo:

“Mas del árbol de la  ciencia del bien y del mal no comerás”.

Cada uno de nosotros podía comer de todo lo bueno, de todo lo deleitoso que Dios nos había dado, alimentándonos así para crecer en Él; pero no era bueno comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. La advertencia es bien clara:

“El día que comieres de él, morirás sin remedio”.

Había algo que no deberíamos admitir en nosotros, no deberíamos comer de ello, simbolizado en el árbol de la ciencia del bien y del mal. Esta advertencia, como de un Padre a sus hijos, nos hace ver otra vez que en aquel estado en el jardín de Edén estábamos en un proceso para alcanzar la madurez.

Dios nos advirtió, y nos sigue hoy advirtiendo como Padre bueno, de que unos se salvarán y otros se condenarán. Nosotros hemos de decidir. Su Amor por nosotros y su providencia son sin límite: “Les di mis mandamientos y les di a conocer mis leyes, las que debe el hombre practicar para vivir” (Ez.20,11).

También hoy para que no nos dejemos engañar por el demonio que nos lleva a entregarnos a la perversidad, a lo que el mundo y los placeres nos brindan, nos da un mandamiento, una advertencia: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma, con todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo” (Jn. 15,12).

 Y Jesús, para que seamos libres y no nos enfrentemos en contiendas entre hermanos, nos vuelve a recordar: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Mc.12,30).